miércoles, 29 de junio de 2011

Sin más.#

Le apetecía un soufflé achocolatado, me encanta hacerlos, y más si son para él... Me levanté de la cama no sin antes darle un beso en los labios, corto, cariñoso y con mucho amor. Me entró un escalofrío al notar el aire frío de la mañana por mi pecho desnudo. Agarré la camisa que había tirada en el suelo, era de él. 
Le miré mientras le hacía un gesto con la mano y reía su gracia, acababa de mirarme de arriba abajo mordiéndose el labio. 
Me encantaba todo de él, su sonrisa, sus tonterías, la forma en la que me avergüenza, sus ojos rasgados mirando mi cuerpo. Me gusta, me encanta, le adoro. Estaba segura de lo que quería, de con quién estaba compartiendo mi cuerpo y mi corazón. Quería estar con él, quería que eso no se acabase jamás.
Noté el frío de las baldosas en la planta de mis pies desnudos. Me estremecí. Me puse de puntillas para agarrar el bote de harina que había en la encimera más lejana. No llegaba, era imposible. Puse una rodilla en la encimera más baja y me subí a ella. Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando noté sus manos recorrer mi cintura, acariciándome, despacio, con suavidad. Me giré lentamente mientras agarraba el bote de harina con la mano derecha. Era él, eran sus manos, su suavidad. Mostraba su torso natural, sin nada que le tapase los perfectos músculos marcados. Una oleada de calor y hormigueo me invadió la espalda y la tripa cuando noté sus labios sobre mi hombro. Di un brinco para incorporarme de pie en el suelo de nuevo. Rodeé su cuello con mis brazos mientras acercaba mis labios a los suyos y miraba sus ojos fijamente. Sus manos agarraron mi trasero. Dejé escapar un gemido. Su lengua y la mía se enredaron en un sin fin, sus manos acariciaban mi espalda, mi cintura, las mías se enredaban a su cuello, a su cara, a sus pectorales. Su respiración y la mía se unían en una sola, yo respiraba lo que él expiraba y viceversa.
Hice un movimiento con la mano derecha de la que me arrepentí. Sin quererlo se abrió el bote de harina y le manché la cabeza y la mitad de la cara de polvo de trigo. Sus labios dejaron de moverse de golpe. Sus ojos se abrieron grandes para atravesarme con la mirada. Su boca se abrió en gesto de indignación. Se separó de mí con ternura posando sus manos en mi cintura. Yo no sabía qué decir, ni cómo reaccionar, me quedé inmóvil.
-Yo, lo sien...
Derrepente sentí un golpetazo de harina en la cara, en la parte derecha. Me entró en la nariz llegando a la garganta y comencé a toser. Sí, había empezado el juego de la harina. Agarré un puñado más de harina y se metí por detrás del pantalón. Se estremeció. Él me imitó casi al mismo tiempo que yo. Entre risas la harina se acabó del bote, ya no había soufflé. 
-Te has quedado sin soufflé, señorito.- Dije entre risas, risas verdaderas, felices.
-Tú eres mi pastel.- me arrebató un beso.
Le amaba, le amaba como nunca jamás lo había hecho. Y él a mí también, lo sabía. Lo sentía.

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