sábado, 18 de junio de 2011

Sentirte pequeño.

Me gusta el tacto de la hierba sobre mi espalda descubierta, los tirantes de la camiseta están tan apretados que llegan a resultarme incómodos. Las manos yacen sobre la humedad que han dejado los aspersores del medio día. Las tengo tan relajadas que llego a notar el tacto intenso de la plata de mis anillos en mis dedos.
Mis piernas se encuentran muertas sobre el mismo material. Un escalofrío hace estremecer toda mi columna vertebral, una ráfaga de viento fresco mueve los mechones sueltos de mi pelo. Me pica la nariz, pero no quiero mover ningún músculo.
Las copas de los árboles agitan sus ramas con suavidad, resulta agradable el sonido de las hojas al moverse con tanta delicadeza. Algunas hojas no sobreviven a semejante ternura y se dejan llevar por el viento, que tras ellas va el oxígeno más puro.
Las nubes hacen formas con un contorno agresivo, forman sombras unas entre otras. Son apenas las ocho y cuarto de la tarde. Decido girar la cabeza hacia la derecha, el cielo se empieza a apagar cual vela. El turno del sol está llegando a su fin, le toca a la Luna, aunque ésta lleva esperando ya tiempo, la veía estando el cielo claro desde por la mañana. 
Vuelvo a girar la cabeza hacia en frente, vuelve a hipnotizarme las nubes, las hojas, las brisas...
Me pesan los párpados, no quiero cerrarlos pero la tranquilidad que me invade es tan interna que decido dejarme llevar por mi cuerpo. La luz del cielo se refleja en mi piel, siento como los insectos apoyan sus ligeras patas sobre mis extremidades. Es en ese momento en el que sientes que eres como un grano minúsculo de arena. Cantidad de árboles 4 metros más altos que tú te rodean en cualquier dirección, un cielo del tamaño del universo te cubre el cuerpo. Millones de estrellas miran tus ojos que ahora se encuentran tras una fina capa de piel.
Vuelvo a abrir los ojos. Un repentino lapsus recorre mi espalda, me levanto sin pensarlo. Mi cabeza sufre un mareo momentáneo que me deja aturdida durante unos instantes. Tengo las manos apoyadas detrás de mi espalda sujetando todo mi tronco con ellas. Noto como se impregnan de agua, de tierra, de hierbajos arrancados. 
No sé qué hacer, qué pensar, así que, vuelvo a cerrar los ojos y concentrarme sólo en los olores.
No soy un animal, el cual tiene el sentido del olfato muy trabajado, pero intento actuar como tal. Concentro mi energía en uno de mis cinco sentidos. Primero, me deshago de la vista. Luego, del gusto. Ahora, del oído. Por último y más difícil, del tacto. Sólo queda el olfato, ahora, ahora es el momento.
Reconozco el olor del rocío, aún yacía sobre las hojas más altas. También me invade un olor a mar intenso, sal. Madera seca, madera húmeda. El gusto me asusta con un sabor metalizado un tanto desagradable.
Me despertó del ensimismamiento un perro que ladraba ansioso a una mariposa. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

☮♥